8/06/2011

Capítulo I

Andrés estaba sentado en el escritorio, mirando fijamente el pedazo de papel en blanco que estaba en frente suyo. Las palabras simplemente no salían. Tenía tantas cosas que decirle.. Sin embargo, no estaba seguro de si ella lo entendería.
Ella, con su pelo negro como la medianoche, su piel marfileña, sus ojos verde oliva con un toque de avellana... la luz que los iluminaba cuando estaba entusiasmada. Amaba todo de ella..
A EXCEPCIÓN DE SU ASQUEROSA OBSESIÓN POR HARRY POTTER!!
Todo había empezado unos días atrás, en esa fiesta...
A pesar de que hasta la mitad de la noche todo había estado bien, cuando ella lo empezó a criticar su paciencia comenzó a agotarse. Sabía que era en chiste, pero el hecho de que ella hubiera bailado con ese chico que la miraba tanto lo había irritado demasiado. Y la había tratado mal.
Muy mal.
Y ella se había ido llorando.
Y ahora él estaba arrepentido y se quería disculpar, pero no sabía cómo...
En ese momento, el sonido del timbre lo sacó de sus ensoñaciones.
-No puede ser...- murmuró para sí mismo.
Sus pasos, mientras avanzaba hacia la puerta, eran inseguros y nerviosos. Las palmas de sus manos estaban húmedas y su respiración se aceleró.
Sabía quién estaba del otro lado de la puerta.

Cuando Andrés apareció en el umbral, todo el discurso que había preparado se borró y su mente quedó en blanco. Estaba temblando y sus manos transpiraban de una forma desagradable; estaba segura de que él podía notarlo.
-Hola- dijo él, mirándola de una forma atrevida que no le gustó nada.
-Este... hola- trataba de mirar a todos lados menos a él.
-Y... ¿qué hacés por acá?
-¿Yo? ¿Yo? Em... nada, estaba yendo para... para la farmacia, sí, y me perdí en ese bosque de ahí atrás.
-Ah, mirá vos...
Teniendo en cuenta que la farmacia quedaba exactamente para el lado opuesto que ella había dicho, su excusa no resultaba muy creíble que digamos.
Dándose cuenta de que si permanecía más tiempo iba a terminar diciendo cosas que no quería confesar, se dio media vuelta y se marchó corriendo con una velocidad increíble.

Andrés se quedó estupefacto ante el hecho que recientemente había ocurrido. Entonces llegó Rosalinda, una amiga suya que lo amaba secretamente. En su cuarto tenía, detrás del closet, un altar de Andrés, que consistía en todo un mural en una de las paredes de su armario secreto con fotos de él en alta definición.
Estaba completamente obsesionada con él.
Lo invitaba a sus cumpleaños, le mandaba cartas anónimas, lo llamaba a la mañana para saber cómo había pasado la noche, y, cada hora, todos los días de cada mes, le revisaba su perfil de Facebook.
Ella vivía en la calle Wallaby 1042, Helme Street.
CONTINUARÁ...